1981 fue un año de descubrimientos para mí. No sólo comenzaba la primaria, también la pasión del fútbol se ganaba un lugar en mi corazón. Mi viejo y mi tío nos empezaron a llevar a la cancha a mi hermano y a mi, para seguir a la locomotora del Oeste. Aceleró esa determinación la postura de mi abuelo materno, hincha de Boca. En los almuerzos dominicales, que se hacian en su casa, buscaba la forma de hacernos "bosteros". Ese año jugaba el Diego con la azul y oro.
Décadas después, comprendí que ese dato, que parecía anecdótico, explicaba el trasfondo de una canción que la hinchada verdolaga coreaba cada domingo. El periodista deportivo Néstor Fabbri se lo espetó en la cara a Horacio Pagani, quien fue su jefe en la redacción del "gran diario argentino". La letra, que aún recuerdo, decía así:
Décadas después, comprendí que ese dato, que parecía anecdótico, explicaba el trasfondo de una canción que la hinchada verdolaga coreaba cada domingo. El periodista deportivo Néstor Fabbri se lo espetó en la cara a Horacio Pagani, quien fue su jefe en la redacción del "gran diario argentino". La letra, que aún recuerdo, decía así:
"Dicen que somos un equipo aburrido,
que especulamos, que jugamos para atrás,
me chupa un huevo todo el periodismo,
a Caballito cada vez lo quiero más."
que especulamos, que jugamos para atrás,
me chupa un huevo todo el periodismo,
a Caballito cada vez lo quiero más."
La sabiduría futbolera, desde el tablón, con la garganta afónica y la remera transpirada, gritaba una verdad irrefutable. Clarín mentía alevosamente, favoreciendo a sus intereses por sobre la veracidad periodística. Sólo los que ibamos a la cancha sabíamos realmente que pasaba en cada partido. El resto se enteraba por los medios. La enorme mayoría futbolera leía las crónicas deportivas del lunes. Entonces no existía Futbol de Primera, mucho menos Futbol para Todos.
Al año siguiente, en la tarde del 27 de junio la ansiedad era omnipresente en Caballito, y los goles del negro Juárez, goleador del torneo, y Juan Domingo Rocchia la transformaban en euforia. Ferro le ganaba a Quilmes 2 a 0, dábamos la vuelta por primera vez, éramos campeones, invictos. De aquella histórica jornada tengo recuerdos imborrables, la densa nubes de papelitos que no me dejaban ver nada mas allá de mis ojos, hinchas pintados y disfrazados de verde y blanco, el centro de la hinchada quemando banderas de Inglaterra y EE.UU. y cantando contra los ingleses en obvia alusión a las Malvinas, cientos de hinchas ocupando el campo de juego para dar la vuelta, deslizándose desde la platea de hormigón y atravesando el alambrado perimetral desde la popu, desde donde miraba atónito la explosión de tantas emociones contenidas.
Los tablones vibraban como nunca, y la alegría era tal que no tenía miedo a caerme por el hueco entre los escalones. El triunfo deportivo no sólo era contra el ocasional rival de turno sino también contra la doble frustración del año anterior, cuando perdimos el Metro por 1 punto en manos de Boca, y el Nacional en la final contra el River de Kempes; también era una victoria contra los referatos, tran intrinsecamente injustos con los clubes que disputábamos la hegemonía de los grandes; y especialmente contra el periodismo mercenario. La bronca contenida ante la mentira explotaba en miles de gargantas, que reemplazábamos el predictivo "va a salir campeón" de 1981:
"Ferro ya salió campeón
al compás del tamboril,
se lo dedicamo´a todos
los hijos de puta del diario Clarín."
al compás del tamboril,
se lo dedicamo´a todos
los hijos de puta del diario Clarín."
Con el tiempo vimos como la mentira trascendía las crónicas futboleras, que el "gran diario argentino" negociaba con la dictadura y desaparecía por segunda vez a los desaparecidos, que escondía los fusilamientos de Puente Pueyrredón por su trato con Duhalde, etc, etc, etc. En este 2010 mundialista, siento que aquella casi treintañera canción se renueva, sólo que donde decía Ferro ahora va Argentina.
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