4:30 dejamos el hostel con la viandita mínima que en el contrato del tour figura como desayuno y nos dirigimos por la calle paralela al río, corriente abajo. La oscuridad es total y el frío muy húmedo. Un grupo de europeos que caminan delante nuestro con una linterna, cortan la noche con una luz que alcanza a iluminar 1 a 2 metros por delante de sus pies. Cruzamos uno de los puentes y caminamos unos cuantos metros mas hasta que adivinamos entre la vegetación el primer tramo de las escalinatas por donde ascenderemos.
Los escalones de piedra, incrustados en la ladera de la montaña, son desiguales, aunque firmes. A medida que continuamos el ascenso, la agitación aumenta y celebramos internamente cada una de las interseciones entre el camino peatonal con la sigsagueante via de tierra por donde transitan los buses (abajo a la izquierda en la foto panorámica) . A pesar del frío, las remeras estan mojadas. A la hora de iniciado el trayecto, ya no necesitamos linternas, ha comenzado a aclarar. Después de más de 2 horas de caminata, con varias paradas para tomar agua y aire, llegamos al control de acceso.
Me cambio la franela totalmente mojada y me quito la campera a pesar del frio reinante. Una vez adentro, las nubes no dejan apreciar las ruinas y cruzamos la ciudadela hacia el otro extremo, buscando la entrada del Huayna Pichu. Son cerca de las 7:00. La cola para registrarnos es larga, el repeletne nos evita potenciales picaduras de sancudos. Al ingresar, dejamos nuestros datos y hora de ingreso, a la hora de salir también marcaremos tarjeta. Es la forma mas segura que tienen los cuidadores para saber si alguno se cayó por alguna ladera y nadie se percató de ello.
Para cuando iniciamos el ascenso a la fortaleza militar de la "montaña joven", Inti nos vuelve a guiñar el ojo y comienza a aparecer con toda su fuerza, disipando las nubes que escondían tanta belleza. Aún desde allí, las aguas del río Urubamba, en el fondo del cañón, se hacen oir. Cierro los ojos e imagino que es el murmullo de los incas esondidos en la selva, protegidos por la vegetación y decididos a recuperar sus tierras.
Esta subida también es a través de petreas escaleras, aunque a diferencia de los quechuas originarios, los turistas contamos con la ayuda de sólidos tensores para los tramos más empinados. Superada la mitad del recorrido nos encontramos con la primer terraza, la vista a la "montaña vieja" es impresionante, nos deja anonadados por unos minutos. Desde esa altura, la ciudadela aparece completa a nuestros ojos, recortando la vegetación montañosa, enmarcada por una ladera abrupta en medio de las montañas; el celeste del cielo y las blancas nubes completan la postal no tradicional de Machu Pichu. La ultra difundida es tomada desde la Casa del Guardia, con el Huayna Pichu, que estamos subiendo, de fondo.
Continuamos el ascenso, haciendo pausas para registrar el espléndido paisaje. Nos sorprenden unos escalones muy especiales, que desafían la gravedad incrustados en las paredes de piedra. A través de ellos se accede a algunas terrazas de uso táctico miliar, no agrícola. Un francés que venía detrás nuestro no se anima a subir por ellas, pero una chica oriental le toca el orgullo con su ejemplo y no le queda mas remedio q seguirla.
Huayna Pichu, nos contaría el guía por la tarde, era una fortaleza para resistir un posible asedio a la ciudadela. Ascendiendo esta montaña, podrían darle una vía de escape a la población del otro lado, descendiendo al río, mientras demoraban a los conquistadores desde una posición inmejorable y con acopio de alimentos garantizado, más abastecimiento de agua permanente. Esas ventajosas condiciones lo transformaban en un punto casi inexpugnable, imposible de asediar. Aunque los conquistadores conocieron Machu Pichu, no se interesaron en controlarlo, centraban si interés en valles fértiles, afirmaría luego el guía.
A medida que seguimos descontando escalones en la búsqueda del punto mas alto de la montaña, entramos a un pequeño tunel que culmina en una escalinata esculpida en la piedra, y pocos minutos después alcanzamos la cima. Alli, tallada en la piedra, permanece estoica la silla del Inca. Actualmente se le atribuye un uso religioso a ese sitio, y se lo denomina el templo de la Luna, pero me llama la atención que es muy distinto en su conformación al elaborado templo del Sol y no presenta ninguna contrucción ni piedras trabajadas con la esmerada técnica que los quechuas le dedicaban a las contrucciones de importancia.
En los alrededores de la cima nos quedamos unos cuantos minutos, mirando con insansable curiosidad y goce el paisaje natural desde la otra ladera de la montaña. Una pendiente rocosa (en la foto anterior) es el inicio al descenso, algunos nos animamos a bajarla a pie; el riesgo no es tanto, en caso de tropezarme, sólo me estrellaría con un gran bloque de piedra, no caería al vacío. Una especie de "guardaparque" de los varios que rondan por la cima ayuda a Lau a bajar por ese plano inclinado.
Estamos transitando por un camino diferente y despues de varias escaleras empinadas, encontramos la casa que, siempre según el guía, funcionaba como depósito de suministros (en la foto con el río de fondo). Desde alli, terrazas de por medio, retornamos al mismo trayecto por donde subimos y hacemos una parada en un costado para comer algo de queso y galletas que cargo en la roja mochila. Las frutas estan prohibidas. Casi al terminar el descenso, otro sendero nos conduce a una cueva, pero nuestras piernas estan cansadas y el yanqui que viene desde allá no nos motiva mucho con su relato del lugar.
Ya nuevamente en la ciudadela, al girar sobre nuestros talones y observar en toda su magnitud al Huayna Pichu, lo miramos y nos miramos con nuevos ojos. Para nosotros, la montaña joven dejó de ser un elemento decorativo del entorno del complejo arqueologico; y, en nosotros, el envión anímico de haberla escalado hasta la cima neutraliza el cansancio físico y nos motiva aún más a recorrer Machu Pichu en lo que queda de la tarde.
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