Un taxi nos lleva al puesto migratorio ecuatoriano para sellar la salida, llueve muy fuerte. Corremos con las mochilas al hombro atravesando un puente y esquivando charcos por un par de cientos de metros más, hasta el puesto neogranadino. La cola es de 10 personas aprox. Un "arbolito" cambia dólares al mejor precio que los cambiaríamos en este país. Esperamos nuestro turno en la fila, entre unas barandas metálicas fijas que delimitan el camino al mostrador, atendido por una sóla persona.
De pronto, un colombiano aparecido como de la nada comienza a hablarme de diversos temas de actualidad y menciona a EE.UU., cuando ya se está hablando bastante de las bases militares en los medios. No respondo verbalmente, pero mi cara parece que sí y nombra el crecimient de China, esperando mi respuesta, q no llega. Entonces va al grano y me pregunta que opinión tengo sobre Colombia. Le contesto que me gusta hablar con conocimiento de causa, y que por tal motivo, podíamos hablar todo lo que él quisiera de mi país, Argentina. Respuesta suficiente para concluir el sondeo, acto seguido le acerca un café al uniformado que atiende detrás del mostrador en la oficina migratoria.
El plan viene bien. Falta poco para las 7:00 y estamos terminando el trámite. Nos propusimos cruzar temprano la frontera para evitar viajar de noche hacia Cali. Uno de los colombianos que conocimos en Machu Pichu puso énfasis en eso, aunque los otros dos no estaban de acuerdo. Un blog de un viajero neogranadino que consultamos en Quito nos terminó de convencer, al afirmar que tuvo que hacer escala en Pasto para evitar el trayecto nocturno.
Dicen que años atrás las guerrillas, nacidas como consecuencia del magnicidio de Éliecer Gaitán (la foto de su busto es de Bogotá, para el audiovisual) y posterior Bogotazo en 1948, controlaban las rutas del sur colombiano. La "seguridad democrática" uribista las ha replegado a la selva en la actualidad. Esta política interna incluye el accionar de grupos paramilitares con fuertes lazos con el gobierno nacional, dando origen a la "parapolítica", donde el narcotráfico, los asesinos y torturadores de campesinos y funcionarios de Estado intiman en una orgía de muerte. Un colombiano me diría días después que "Uribe es como un domador de tigres", hábil jinete de una situación complicada, pero apenas pierda las riendas, será comido por esa siniestra realidad. El accionar del gobierno también se apoya en la importante ayuda militar y económica de EE.UU.. Colombia es, después de Israel, el país que más armas y dólares recibe desde yanquilandia.
Volviendo al viaje, no pensamos en hacer escalas previas a Cali, aumentaría el costo y el tiempo, y como van las cosas, o Lau consigue una prórroga de las vacaciones o se vuelve a Baires desde Bogotá, en el peor de los casos. Desde Ipiales nos embrcamos en bus, arribando de noche al terminal caleño. Uno de los "echadores de vainas" que conocimos regresando de la ciudadela inca nos había recomendado un hotel algo alejado de la estación. El novato taxista desconoce esa calle, y hasta amaga no hacer el viaje, temiendo de que se trate de una "entrega" donde nosotros seríamos la presa. Un militar que custodia la salida del estacionamiento/parqueadero se acerca al notar la situación, hasta que un taxista experimentado le explica al joven chofer como llegar, y arrancamos.
Al día siguiente recorremos las principales avenidas y plazas (foto anterior). En las esquinas, una especie de "guardias urbanxs" tratan de inculcar hábitos de respeto a las normas de tránsito. Bingos, casinos y casas de apuestas abundan en la ciudad. Hace calor. La venta ambulante incluye maneras naturales de enfrentarlo. Con unas frescas rodajas de ananá /piña saciamos la sed.
Lau debe cumplir bien con sus labores en Baires, porque llama desde un locutorio para hablar con su jefe y le dan el esperado permiso para tomarse una semanita más. Está muy alegre por la noticia, ahora podrá apreciar parte de la belleza de la naturaleza y geografía venezolana y sentir la hospitalidad del querido pueblo bolivariano de la que tantas veces le he hablado. Teniendo en claro el punto de llegada de nuestro periplo suramericano, la estadía caleña acaba esa misma noche, y Bogotá es la próxima escala.
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